domingo, 3 de mayo de 2015

Una taza de té etéreo

por Javier Fernández Calles 


    Cayó de nuevo por aquella madriguera ¿cuántas veces lo había hecho? Ya ni lograba acordarse, tanta gente la había empujado que ya lo veía como algo hasta habitual, pero extrañamente continuaba asombrándose como la primera vez, como embrujada de nuevo ante ese maravilloso hechizo que la llevaba a caer en las garras de aquella luz tan brillante y estridente, tan cálida y suave que no podía menos que sentirse empujada a abrazarla una y otra vez.
Abrió la puerta para encontrarse con aquellas enormes plantas, pero en esta ocasión todo era silencio. Le resultó extraño, era un personaje nuevo en aquel lugar, un invitado inesperado al que nadie había traído y, sin embargo, permanecía allí, impasible, ejerciendo su papel mucho mejor que todos los demás. Simplemente se encogió de hombros y continuó, aunque notaba como que algo le faltaba en el fondo de su ser, como aquella melodía se había vuelto lentamente una parte de su alma que necesitaba completar. Pero continuó avanzando.
Llegó hasta donde las volutas de humo permanecían impasibles en el aire como columnas azules, violetas, verdes y rojas que sostenían el cielo.
Una voz le preguntó su nombre, apenas comenzó a decirlo la mandó callar, y con un tono lento y quejumbroso pronunció:

 -  ¡Todo el mundo sabe ya tu nombre! ¿Qué has venido a buscar?
 -  Un poco de tu humo
- ¿Y con qué lo piensas pagar?

Se quedó pensando largo tiempo antes de decir:

Con mi altura, por supuesto

El humo comenzó a invadirla en todos los rincones de su ser, como un arcoíris que le impedía ver que se encontraba a su alrededor, toda una paleta de colores que dibujaban arcos sobre su cabeza.
Apareció sobre un escritorio, con un sombrero, un cojín, una liebre y un par de ojos que cambiaban de colores junto a su taza de té.