por Javier Fernández Calles
¡Queda un último empujón hasta las vacaciones! Por eso, esta poesía para amenizar el día, se llama El río, y aunque no tiene versos, refleja en sus aguas todas las emociones.
El río corría sin parar, apenas se cansaba y nadie lo
entendía, era como un suspiro, apenas un reflejo en un espejo, una nota
suspendida en un tornado que giraba sin cesar, suplicando a un rayo solitario
que a su nube le llevase, condenado para siempre entre séfiros orgullosos cuya
gloria ya nada podía y frustrados con las lágrimas de las aves, cuya libertad
añoran y suplican, arrastrandolos como rocas en el camino, golpeadas y, aun
así, continuan luchando en su mar de lágrimas que como estrellas caen en un
manto de llamas, abalanzandose brutalmente contra los brazos arbolados de los
centileslas milenarios y sus hojas poco a poco se desprenden en un canto de
sirena, sin ser escuchado más que por hienas.
Y, sin embargo, corría.
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